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Casa Kiki, crecimiento boca a boca

Nos adentramos, de la mano de María José Garrido, en las instalaciones donde se elaboran las palmeras gigantes de chocolate de Casa Kiki

Casa Kiki

María José Garrido, gerente de Casa Kiki.

Como casi todos los grandes éxitos, el de Casa Kiki se debe a la casualidad. En concreto a dos: la palmera gigante y su relleno de kinder. «Te ves inmerso en un crecimiento del que no eres consciente», dice su gerente, María José Garrido. Ella es la sobrina de la fundadora, Isabel, la auténtica ‘Kiki’, que empezó en Portada Alta y ahora observa como su casa es un casoplón con 8 puntos de venta.

El olfato y la nostalgia son causa y consecuencia. Aquí, sigue oliendo al obrador que Isabel inauguró en Portada Alta hace 40 años. Allí donde su sobrina María José trabajaba los fines de semana mientras estudiaba bachillerato. Hace diez años asumió la gerencia de la empresa. «Yo no me sentía empresaria», confiesa esta última. Ahora, de la media docena de trabajadores han pasado a casi un centenar y las dos tiendas pioneras se han multiplicado por cuatro. Se trata de Casa Kiki, donde el tamaño siempre ha importado. «Aquí, todo ha tirado a lo grande», bromea María José.

«Lo de estar en un cuarto rodeada de papeles en una mesa es nuevo para mi». Se refiere al despacho en el que ahora trabaja en una nave de más de 350 metros cuadrados en el Polígono La Estrella. Esta es la nueva ubicación del obrador, trasladado hace solo cinco años. «Aquí he hecho la inversión de mi vida, yo decía ‘ya no gasto un duro más’, y la nave se nos volvió a quedar pequeña a los dos años», cuenta. De hecho, dos representantes de la constructora que se va a encargar de la anexión de otra nave ya están esperando en la habitación contigua.

«Lo que también nos ha ayudado a crecer es la diversificación. Es que no solo vendemos palmeras»

– ¿Qué ha pasado?

– Hace unos diez años, mi tía Isabel se jubiló y decidí coger ambas tiendas, tanto la de calle Gaucín como la de Portada Alta y a los dos años surge el invento de la palmera gigante. La hicimos para una sobrina que no le gustaban las tartas y ahora me veo en este tinglado. ¡Surge de pura casualidad!

– Todo va de sobrinas…

– (Ríe). Y a partir de ahí empezó el boca a boca. Un fin de semana nos encargaron dos; al siguiente, ocho; al siguiente, 22, y al siguiente 40… Nos vimos inmersos en un crecimiento muy muy rápido que casi no nos dio tiempo de adaptarnos.

La aventura comenzó cuando María José y su hermana decidieron regentar el establecimiento de calle Gaucín, el segundo que habían abierto sus tíos, pero que por volumen de trabajo no consiguieron consolidar. Ellas sí. «En ese momento yo no estaba trabajando y la familia preguntó quién quería seguir e intentarlo con esta segunda tienda». Fue hace una década. Dos años más tarde capitaneaba ambos establecimientos y a los dos siguientes llegó la expansión tanto en número de tiendas como en trabajadores.

«Ten en cuenta que estos locales [los originales] pueden tener alrededor de 100 metros cuadrados en los que teníamos elaboración de panadería, despacho,… no cabíamos físicamente y tuvimos que tomar la decisión de venirnos a esta nave», detalla María José. La misma que ahora se le ha vuelto a quedar pequeña por otro hito: el relleno de las palmeras. «Comenzamos a rellenar las palmeras gigantes con kinder y cómo la gente no podía aguantar al próximo cumpleaños para probarlas [ríe] , decidimos incorporar esta novedad también al producto de tamaño estándar».

– ¿Cómo se digiere todo esto?

– Yo no me sentía empresaria, tenía mi localito donde iba sobreviviendo a duras penas todos los meses. Y ese local donde trabajaba codo con codo todo el día se convierte ahora en 8 locales en diferentes zonas de la provincia, un obrador en una nave y 90 trabajadores. Yo no tengo formación en dirección de empresas, lo que he aprendido me lo ha enseñado el día a día y el trabajo.

– ¿Y cuánto sabor amargo le ha traído la pandemia?

– Fue muy doloroso. De repente de salir los camiones llenos para las tiendas, era al revés: los camiones llegaban llenos de las tiendas para la nave porque se caían todas las celebraciones. El obrador también se paró: teníamos las cámaras llenas de producto y no podíamos fabricar más.

Casa Kiki

«Los puntos de venta que nosotros tenemos son nuestros, los gestionamos nosotros, no tenemos franquiciados»

El primer turno en el obrador de pastelería (el de panadería sigue en Portada Alta, aunque la intención es que se ubique en la nueva ampliación de la nave) olfatea la primera masa en torno a las seis de la mañana. Y hasta las diez de la noche no se vuelve a cerrar el portón azul del obrador. Allí, se da cita una orquesta formada desde oficiales de primera de pastelería a los ayudantes de producción pasando por los ayudantes de acabado. «Todo lo hacemos aquí. Desde el grupo que hace la masa hasta el grupo que la termina», puntualiza.

Hoy, ya no queda nada en las vitrinas. «Es San Valentín, tú sabes…». En fechas señaladas, como la Navidad, la producción y, por ende, la mano de obra necesaria, se dispara. «Los veranos suelen ser más tranquilos en Málaga, se tira más por el helado», analiza la gerente de la firma malagueña. En Casa Kiki, algunos trabajadores llevan desde los comienzos. «Son mis niños y mis niñas», dice María José. «Es mucho más que trabajadores, les tengo mucho cariño».

– ¿Qué dice tu familia al ver todo esto?

– Pff… qué estoy loca (ríe). Bueno, es una marca de identidad. Si le preguntas a muchos clientes históricos te dirán que una de las reseñas de casa kiki es que hacían los dulces muy grandes. Aquí, todo ha tirado a lo grande.

Sin estudios en Harvard, pero con 100 trabajadores

María José se quedó a dos asignaturas de terminar el ya extinto COU. Al momento, comenzó a trabajar en Casa Kiki con su tía Isabel. Primero, en el punto de venta de calle Gaucín. «Estábamos [su hermana y ella] allí como cualquier empresa: luchando para intentar llegar a final de mes y haciendo de todo», recuerda. «Una de las cosas que he aprendido es que me tengo que apoyar en gente que me eche una mano porque esto tiene una envergadura de más», reconoce. Si pudiera, insiste, querría dar marcha atrás veinte años. «Pero sabiendo lo que sé ahora», bromea. Sin una estructura de empresa familiar previa su mente ha tenido que pasar «de ser una empleada al pie del cañón» a verse en otros temas más administrativos. «Es que esto se me ha creado entre las manos en cero coma, con ensayo y error como aprendizaje porque no he estudiado un máster en Harvard ni nada de eso».

Orgullo familiar en una Málaga franquiciada

Casa Kiki está a la espera de abrir un local en el Palo, su primer establecimiento al este del litoral malagueño. Fuera de la capital, ya están presentes en Fuengirola, Coín y Torremolinos. En estos tres casos, el punto de venta está ubicado dentro de supermercados. En cualquier caso, Casa Kiki no establece, por lo general, relación Business to Business. «No podemos coger más clientes porque el obrador se ha quedado colapsado», insiste la actual gerente, María José. En Málaga, además de los dos puntos de distribución en calle Gaucín y Portada Alta, están presentes en el Puerto de la Torre y el centro comercial Málaga Nostrum. ¿Fuera de la provincia? «En el fondo de mi corazón me gustaría, lo haremos, pero todavía no sé cómo». Lo que sí tiene claro es que no se plantean franquiciar. «Te absorbe el día a día y a veces no eres consciente, pero es un orgullo».

¿Quién es Kiki?

Isabel, la tía de María José y fundadora de Casa Kiki es la protagonista del nombre del establecimiento. «Mi abuela la peinaba con un moño, un kiki, ella en la familia era un kiki». Y la Kiki fundó la casa en la que merendarían todos los malagueños. Ahora, ya jubilada, observa como sus sobrinas, que le echaban una mano recién estrenada la veintena, han convertido su casa en un auténtico casoplón. En Kiki, el tamaño siempre ha importado.

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