Tras soportar durante años la murga de “vamos a derogar la reforma laboral”, llegó el 28 de diciembre, día de las inocentadas, se aprobó la reforma -de la reforma- laboral y nos quedamos con la sensación de que para ese viaje no hacían falta tantas alforjas.
En esencia, se respeta la horma del marco normativo laboral precedente, si bien se introducen variantes de cierto calado. La más significativa es el penúltimo intento de reducir la temporalidad; las nuevas causas de contratación son, otra vez, genéricas, y ello dará aún cierta cintura a la eventualidad, aunque el recrudecimiento de las sanciones no deja el cuerpo para mucho baile.
Se ha incluido una nueva regulación del contrato formativo, así como del trabajo fijo discontinuo que puede erigirse como un relevante instrumento de gestión del empleo estacional. También se han incorporado instrumentos flexibilizadores usados con éxito durante la pandemia y un nuevo mecanismo -RED- para crisis estructurales; todo ello, con la finalidad de salvaguardar el empleo.
Por su parte, la negociación colectiva brota vigorizada. Se recupera la ultraactividad -de dudosa aplicación práctica- y la subcontratación -con cambios menos profundos de los vaticinados- sale ilesa por el momento. Paralelamente, las empresas que no tengan convenio propio y apliquen el sectorial, podrán negociar uno pero sin posibilidad de mermar -respecto del sectorial- la cuantía salarial; los convenios colectivos de las pymes pierden así su principal razón de ser.
Tras décadas de cornadas al diálogo social entre patronal y sindicatos se presenta una legislación laboral con vocación continuista, que busca remendar y no deshilachar; una reforma tibia que se aleja del histrionismo que destilan los discursos políticos, y esa templanza, lejos de ser algo negativo, es una buena noticia y el resultado lógico de todo lo que nace del consenso.
Antonio Jesús Rodríguez Morones
Socio de IUS LABORAL ABOGADOS